El caso de una paciente operada de una cirugía de cadera
Era un viernes de verano por la tarde, del caluroso mes caluroso de julio. Suena el móvil, se escucha inmediatamente la voz angustiada y un poco perdida de Sebastián, un hombre de unos 45 años, cuya madre, Inmaculada de 88 años, se encontraba ingresada tras haber sido operada de una cirugía de cadera, sería dada de alta al día siguiente.
Según cuenta Sebastián, es la segunda vez que su madre es intervenida por la misma razón….La persona que le cuidaba anteriormente no supo, al parecer, cuidar de la cadera de la señora mientras le bañaba, lo que produjo una nueva lesión. En ese momento entendí la angustia del hijo, entre preocupación y expectativa, esperaba que nosotros fuésemos los profesionales idóneos para cuidar nada más y nade menos que de su madre.
Visita en el hospital y en el domicilio
Al final de esa misma tarde acudimos a la clínica dónde estaba ingresada Inmaculada. Al entrar a la habitación la vi a ella, a su esposo Julián, a Sebastián y a Rosario, la otra hija. Saludamos, miramos a los ojos a Inmaculada, le tomamos la mano y le dijimos que estuviese tranquila, que todo iba a estar bien.
Al hablar con la familia, valoramos a la paciente, realizamos los trámites de rigor y al día siguiente nos dirigimos a su domicilio, donde nos atiende Yelitza, una de las personas que trabaja en su casa, me abre la puerta del domicilio. Al entrar siento un fuerte olor a comida bien guisada. Inmaculada está en su habitación, dónde la encontramos acostada, rodeada de almohadones, con un pijama de seda rosa y el pelo alborotado.
Rápidamente conectamos con nuestras emociones y nos permitimos “sentir” lo que esta familia necesitaba. Solamente así se puede cuidar con rigor y corazón. Valoramos de forma integral la situación….No sólo la herida quirúrgica de forma específica. También el estado general con el que había sido dada de alta la paciente, cómo estaba compuesta la red familiar de apoyo y cómo funcionaba, qué necesitaba para su recuperación.
Cuidados y atención necesaria
Como equipo de enfermeras, planificamos los cuidados que necesitaba la paciente y le hicimos la primera cura de su herida. Cómo era de esperar, era una herida grande, con grapas de sutura, que supuraba líquidos abundantes y muy dolorosa al tacto. Inmaculada clamaba con su mirada alivio y que todo saliera bien, sentía incertidumbre con los cuidados que ella sabía que necesitaba. Los familiares, necesitaban confiar en la persona que le cuidaría y le haría las curas de la herida, su lenguaje corporal así lo dejaba ver…
Al día siguiente fue el resto del equipo a evaluarla, Inmaculada necesitaba atención del terapeuta ocupacional que tenemos en el equipo, para la rehabilitación de su musculatura e higiene de sus posturas y de nuestro médico especialista para tener un manejo adecuado del dolor. Los familiares confiaban en nuestro trabajo. Día a día, estábamos ahí para atender a Inmaculada, las primeras curas fueron dolorosas, en semanas, el vínculo enfermera – paciente se nutría más y más, Inmaculada confiaba cada vez más en nosotros y veía su progreso. Agradecía nuestro trabajo, nuestra comprensión, nuestra escucha…
Conectando vínculos con el paciente
Era inevitable que el vínculo no creciera, Inmaculada esperaba todos los días en el salón de la televisión con algún familiar, invitaba a la enfermera a unas pastas y un café y luego le pedía que le llevara a la habitación y le curase la herida…Necesitaba hablar, hablar de lo difícil que había su experiencia anterior sin cansarse de agradecer por el trabajo que estábamos haciendo.
Finalmente, llegó el último día de la última cura, la herida había evolucionado de forma satisfactoria, Inmaculada y su familia estaban satisfechos con nuestro trabajo. El resultado era una persona autónoma y segura para seguir su vida con calidad.
Cada paciente se lleva una parte nuestra inevitablemente, que la cedemos con gusto porque cuidar sólo posible con amor y profesionalidad, lo que sabemos hacer.
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